sábado, 20 de diciembre de 2008

Afortunadamente, quedan otros héroes que no son los del pelotazo

La historia de un héroe corriente


Por Sebastián Álvaro

Estos días, mientras leía la prensa, recordé la frase que me dijo Reinhold Messner en una entrevista: "La aventura del siglo XXI será entrar en los barrios marginales de algunas grandes ciudades". Por eso hoy he querido traer a este rincón una historia, semejante a otras aventuras que tantas semanas llenan esta humilde columna con peripecias de auténticos supervivientes, luchadores en un entorno hostil, agresivo, salvaje. En este caso el protagonista es un niño italiano llamado Mario. Su peripecia comienza cuando su padre es llamado a filas para luchar en África con las fuerzas italianas durante la Segunda Guerra Mundial. Antes de salir para el frente, y consciente del espíritu libre y combativo de su mujer, una poetisa y profesora de La Sorbona de origen norteamericano, dejó dinero a una familia de campesinos para que cuidasen del pequeño Mario en caso de que su madre fuese detenida.

Efectivamente, la Gestapo la detuvo por publicar pasquines antifascistas y antialemanes y la envió al campo de concentración de Dachau. Mario se quedó solo sin haber cumplido aún los cinco años. Los campesinos a los que su padre había pagado cuidaron de él un año, justo hasta que se acabó el dinero. Entonces lo pusieron literalmente en la calle, un lugar por aquel entonces muy concurrido y lo más parecido a una jungla que se podría encontrar. Mario se encontró caminando rumbo a ninguna parte, hasta que se topó con un grupo de chavales como él que funcionaban como una banda, al margen de los adultos, buscándose la vida como podían. Ese "como podían" incluía el robo para comer, lo que suponía una perpetua huida para escapar de las víctimas de sus latrocinios, de la policía, de los ocupantes. Siempre en movimiento, siempre escondiéndose. Un día el pequeño Mario se empezó a sentir muy mal: había contraído el tifus. Pero la suerte puso en su camino a un buen samaritano, en medio de aquella jungla de escombros, bombardeos y lucha despiadada por la subsistencia, que lo dejó en un pasillo de un hospital de Regio Emilia. Allí lo encontró su madre. Había sobrevivido al campo de concentración de Dachau y en cuanto fue liberada se lanzó a buscar a su hijo. Juntos emigraron a Estados Unidos donde su familia los acogió. Al día siguiente de abandonar la isla de Ellis (donde todos los emigrantes debían pasar una cuarentena antes de entrar en Estados Unidos) Mario se sentó en un pupitre de una escuela elemental, sin entender ni una sola palabra del idioma, en un país extraño y dispuesto a empezar una nueva aventura. Hace dos días Mario Capecchi ha sido galardonado con el premio Nobel de Medicina. Así son los héroes corrientes.

Sebastián Álvaro es director de 'Al filo de lo Imposible'

1 comentario:

Anónimo dijo...

Para mi que, salvando las distancias, nuestras infancias tienen un punto con la infancia de Mario Capecchi. También comenzó una aventura, la nuestra, cuando empezamos con un trapillo por vestido -un uniforme las pínfanas- frente a un pupitre y una desoladora soledad por compañera. Aquí estamos hoy.